ONG MANBLAS

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1 mar 2011

MB 04 CABALGATA DE FE


 MB Nº 4-DCC
MANBLAS Nº 4-Documentos de los Cimientos Culturales
CABALGATA DE FE

Una manifestación religiosa ancestral en el Neuquén andino

Pacho Nazar

-         ¡Viva la Virgen!
El grito a voz en cuello del paisano a caballo corta y atraviesa el aire de la montaña. En los puestos, lo escuchan. También observan cabalgar al que convocó y al puñado de gauchos montados, tras de él.
-         ¡Viva la Virgen!
Los fieles de la Virgen de Lourdes marchan sabiendo que los pastores de cabras de aquellas serranías ultimarán aprestos y montarán, en breve, a sus cabalgaduras. Enfilarán y engrosarán una lenta procesión entre mudas paredes rocosas.
Es un ocho de febrero: restan tres jornadas de absoluta Cordillera del Viento para honrar a la protectora de sus haciendas, en su día, el once de ese mes.

Próximos a Chile y a Mendoza

Se irguieron los Andes en la Era Terciaria, entre cataclismos geológicos conocidos como movimientos tectónicos. A corta distancia hacia oriente, ya estaba elevada la Cordillera del Viento. Había ocurrido tan sólo algunos millones de años previos: en la Era Secundaria. Guarda un asombroso paralelismo geográfico con los Andes, cual diseño de arquitectura divina. Incluye el macizo más alto de la Patagonia: el C° Domuyo, de 4.709 metros.
Mucho más recientemente, en la Era Cuaternaria, fluyó el Río Colorado. También, el Río Neuquén. Ambos, nacidos de múltiples vertientes encajonadas entre aquellas gigantescas altitudes rocosas. Ambos, muriendo en el Atlántico.
Después, el hombre blanco puso nombres y divisiones políticas. Llamó Chile al occidente de los Andes. Bautizó Mendoza al norte del Colorado y Patagonia, al dilatado sur. Para el pueblo indígena, siempre fue un país único, desde el Pacífico al Atlántico.

La Ganadería del Norte Neuquino

Los jinetes acólitos de la Virgen no son propietarios de las tierras, que pastorean sus cabríos. Nunca lo fueron. Los alambrados limitaron las propiedades de otros. Sus posesiones se extienden hasta un promontorio de piedras en la lejanía, hasta una quebrada, hasta un filo de  cumbre gris. Crían chivitos, son crianceros.
Sus padres manejaron entre aquellos naturales y confiables límites sus animales. Sus abuelos los precedieron en el ejemplo. Sus bisabuelos lo aprendieron de aquellos criollos, que transitaban, desde Chile, la Cordillera de los Andes, como el patio de tierra de sus ranchos.

La Protección Espiritual

Algunos de sus ancestros confiaron que la virgencita de un remoto e inimaginable villorrio de Francia, consagrada por la liturgia cristiana con una fecha en el calendario, favorecía la alimentación y la descendencia de aquellos caprinos.
En tiempo inmemorial, entonces, comenzó el culto.
Aquellas familias de las alturas cordilleranas hacen pastorear sus animales, en los crudos inviernos, en torno a sus puestos de invernada. En verano, cruzan soledades, arreando su hacienda, para encontrar hierbas frescas y apetecidas en sus veranadas.
Invernadas y veranadas están distanciadas decenas, a veces centenas, de kilómetros quebrados, no rectilíneos, labrados por una trashumancia casi ritual, que fue sostén material de generaciones.

La Cabalgata Tenaz

Chivitos al asador en Cajón de los Chenques
Bajo los ecos, devueltos por las murallas basálticas, de aquellos gritos convocantes se encolumnan ancianas, gauchitos, jóvenes criollitas. Algunas, cabalgan sobre  sillas de montar femeninas; en las que las dos piernas penden hacia un mismo costado.
Se almuerza sobre una vega pastosa, mientras las bestias, desensilladas, descansan.
La caravana ya incluye más de cincuenta jinetes, sumados uno a uno tras los gritos resonantes en la acústica montañosa.
A dos mil metros sobre el mar, se acampa bajo un chenque; vocablo araucano que denomina a una cavidad natural en el material rocoso, originada por acción milenaria del agua. El campamento, sitio recurrido por los crianceros, dispone de vertiente de cristalino líquido potable.
Un sacerdote católico, de a caballo, baqueano de las serranías de la región, se incorpora al fogón nocturno y expone reflexiones oportunas de su creencia.

La Fe Presente

Al amanecer, una efigie de la Virgen de Lourdes, de tamaño natural, es erguida sobre dos tirantes de madera; para ser portada sobre mulares. Había aguardado un año, desde la precedente procesión, en el interior de una vivienda modesta de Tricao Malal. Tricao es la denominación del loro de aquellas montañas; Malal es paraje, localidad, sitio cercado, corral.
El sacerdote y todos los fieles, montados, echan al aire cordillerano tradicionales oraciones cristianas. Para ello, se detienen al borde de un risco, en la cabecera de un desfiladero, a orilla de un rumoroso arroyo y oran.
En Ailinco (Ailín, transparente, cristalino; co, aguada o curso de agua, cercanos) culminará la celebración.
La Cordillera del Viento separa Tricao Malal, sobre su falda oriental, de Ailinco, sobre la occidental.

De Tehuelches a Mapuches 

Los araucanos del sur de Chile traficaron milenariamente mercaderías y objetos rituales por la Patagonia norte y media hasta la Región Pampeana. Su aculturación sobre los tehuelches o pampas, preexistentes en las dilatadas mesetas, ha quedado asentada en la dispersa toponimia actual.
La extensa Nación resultante de aquella dominación cultural, entre el Atlántico y el Pacífico, es mapuche; mapuce, en la grafía construida, por el mismo pueblo, modernamente, a partir de los fonemas idiomáticos.

Comercio del siglo XIX

En las postrimerías del Virreinato del Río de la Plata, dio comienzo la ganadería vacuna en la Región Pampeana. Lindante con el país mapuce, la hacienda era capturada con facilidad por sus habitantes. El norte de la Patagonia era un vasto territorio de tránsito de ganado en pie, con destino final en Chile. Capitanía General bajo la colonia hispánica, al sur del Río Bío Bío, era el mismo país aborigen.
A la latitud que cabalgan los fieles de la Virgen, fluye, trasandino, el Bío Bío hacia el Océano Pacífico.
Antes de ingresar en los apretados desfiladeros de los Andes, se escondían los animales en sitio natural apropiado. La Pampa Ferraína era uno de ellos: inhóspita planicie de derrubios rocosos a tres mil metros de altitud. Ahora, a su paso, los jinetes la observan en el s. XXI, imaginando las audacias del s. XIX.

Quebradas y Géiseres

El contingente pernocta en una estrecha quebrada. Un caballo desensillado tropieza pendiente a favor. Rueda y se quiebra su espina dorsal. No se alzará más: sus postreras horas transcurren inmóvil, detenida su vista en la contemplación del cielo que siempre lo acompañó.
El C° Domuyo es área natural de termalismo. El agua telúrica caliente cobra presión y fuga por fisuras de la corteza terrestre: se genera un géiser. La delgada caravana de paisanas y paisanos montados flanquea, con asombro, la virulenta erupción de vapor vertical de un géiser.
Los caballos se esmeran sobre las delgadas huellas transitadas para eludir una caída, que sería absolutamente irreversible.

Ailinco

La modesta y solitaria capilla yace entre colinas occidentales del Domuyo. Fue construida por los pobladores, que parecen no existir: están diseminados, ocultos sus puestos austeros en el escabroso paisaje. Desde ella, cabalgan gauchos con banderas argentinas al encuentro del contingente.
A la misa del once de febrero por la mañana asiste un sacerdote, que ha estado al frente de la amplia parroquia de montaña durante algunos años. La efigie de la Virgen es transportada a hombros hasta la cima de una colina, que sostiene una cruz permanente: custodia la ceremonia.
La celebración ha culminado. La  homilía sacerdotal se mantuvo en los cauces del cristianismo reflexivo y buen consejero. El protocolo ceremonial ha homologado al rito eclesiástico urbano.

Retorno con Gloria

Cumplido el mandato ancestral con la Virgen, resta el festejo terrenal. El que se expresa con música en vivo; a cargo de infatigables intérpretes anónimos de la parroquia campesina. El que se exalta con bebida alcohólica ilimitada. El que se danza. El que alegra las almas. El que no tiene hora de cierre.
El doce de febrero se emprende retorno por la misma senda, en que se arribó. Pernoctando en los mismos puntos. Hasta Tricao Malal, donde la efigie quedará en una casa de familia. Hasta el año siguiente.

Mi participación en este hecho folklórico; mi contacto entre las serranías con gente atada a su más genuina tradición; mi cercanía con el basalto, con la cascada incesante, con el cóndor majestuoso de las alturas, con el maitén abnegado; me han identificado con las palabras de Pablo Neruda, en Confieso Que He Vivido:

“…yo mismo ya pertenecía a ese mundo original, americano…(  )…y antiguo,…”.

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