MB Nº 20 - DRH
MANBLAS Nº 20 - Documentos de Revisión Histórica
Algunos Parientes de Rosas
Rolando Hanglin
Transcripción del artículo del autor publicado
en el diario LA NACIÓN ,
de Buenos Aires en su edición del 31/01/12
Antes de
abordar este tema, declaro formalmente que no me creo historiador, sino sólo un
humilde periodista que lee Historia. No tengo fuentes propias, más allá de mi
biblioteca. Intento despertar la curiosidad del lector sobre la figura de don
Juan Manuel de Rosas, que gobernó la provincia de Buenos Aires y dominó
legalmente a toda nuestra nación, desde 1829 hasta 1852.
Algunos lo
consideraron, en su tiempo, un monstruo sanguinario. Otros, lo veneraron como a
un padre bondadoso, incluyendo al cacique ranquel conocido como Cachul, quien
dijo: "Todos mis indios y yo daremos la vida por don Juan Manuel. Ese
hombre nunca nos mintió".
Palabras de
otro cacique, el legendario Cipriano Catriel: "Nuestro hermano Juan
Manuel, indio rubio y gigante que vino al desierto pasando a nado el
Samborombón y el Salado, y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba
con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de plata.
Mientras él fue Cacique General, nunca los indios malones invadimos, por la
amistad que teníamos con Juan Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y lo
desterraron, invadimos todos juntos" (citado por Julio A. Costa en
"Roca y Tejedor". Aclaramos que el "loncoteo" -de allí el
verbo loncotear- era un deporte de lucha individual, en el cual los dos rivales
se aferraban por los pelos, entre pampas y araucanos).
Más tarde, el
propio Rosas redactaría una "Gramática de la Lengua Pampa ", que aún hoy
resulta útil. Y el apunte es especialmente válido si tenemos en cuenta que
Rosas realizó, en 1830, la primera campaña del desierto, junto a Facundo
Quiroga y José Félix Aldao, medio siglo antes de Roca, con saña feroz. Las
crónicas relatan la captura de ochenta indios "extranjeros" (sin
duda, araucanos chilenos) que fueron remitidos a Buenos Aires y fusilados en el
Retiro, en tandas de diez. Otros prefieren recordar su orden escrita a oficiales
en combate: "Si se capturan cuatro o cinco indios, no es preciso tomar
prisioneros a todos. Conviene dejar que la tropa se adelante, luego llevarlos a
un monte cercano y allí fusilarlos en caliente, como corresponde. Con dejar
vivos a uno o dos, para que declaren, es suficiente".
Se afirma que
el Restaurador de la Ley
pretendió, hasta 1840, empujar a la indiada hacia la Patagonia para liberar
de malones a la pampa fértil y, de esa fecha en adelante, firmar pactos con los
caciques, para asimilarlos paulatinamente a la civilización argentina, sea esto
bueno o malo.
Palabras del
general unitario Juan Lavalle, derrocado por Rosas en 1929: "Mi honor y mi
corazón me imponen remover por mi parte todos los inconvenientes para una
perfecta reconciliación...Y sobre todo, ha llegado el caso de que veamos,
tratemos y conozcamos de cerca a Juan Manuel de Rosas, como a un verdadero
patriota y amante del orden."
En su tiempo,
dijo el general Justo José de Urquiza, que lo venció en Caseros (1852):
"Rosas fue un valiente. Yo lo vi conducir a sus tropas en la primera línea
de fuego".
Rosas era de
familia noble. Los Ortiz de Rozas y los López Osornio habían venido
directamente de España.
Otro
testimonio interesante es el de Charles Darwin, que lo conoció personalmente en
plena Campaña del Desierto. Ambos conversaron en el cuartel general del
Restaurador, a orillas del Río Colorado. El gran científico inglés hizo una
serie de apuntes que están contenidos en sus cartas a Carolina Darwin, fecha 20
de septiembre de 1833, luego publicadas en el libro "Charles Darwin and
the Voyage of the Beagle" (Londres, 1945). Algunos apuntes: "Rosas es
un hombre de extraordinario carácter y tiene en el campo una gran influencia,
que seguramente empleará para hacerlo progresar. En este país se desarrolla
ahora una sangrienta guerra de exterminio contra los indios. Si finaliza con
éxito, es decir si todos los indios son liquidados, se ganarán grandes
extensiones de campo para la producción de ganado vacuno. El campo quedará en
manos de los salvajes gauchos blancos, en lugar de los indios cobrizos. Algo
superiores los primeros en cuanto a civilización, así como inferiores en
materia de virtudes morales. En fin, quedé absolutamente complacido de mi
entrevista con el terrible general. Es digno de verle, ya que se trata
decididamente de la personalidad más prominente de América del Sur".
Muchos años
después, Darwin y Rosas volverían a encontrarse personalmente, pero esto fue ya
en Southampton, Inglaterra, donde el Restaurador se había exiliado y gobernaba
su granja inglesa. No conocemos comentarios sobre esta segunda entrevista,
aunque sabemos que Rosas fue, hasta los 83 años, un hombre enérgico y educado,
en quien se percibía "el aire de un gran señor". Aún envuelto en la
soledad y la rabia de su derrota.
Rosas era de
familia noble. Los Ortiz de Rozas y los López Osornio habían venido
directamente de España al Río de la Plata. Los Ortiz de Rosas fueron y son hidalgos
de nobleza certificada desde el Siglo XVIII. De esta época data la solicitud de
Don Bartolomé Ortiz de Rosas, tío abuelo del Restaurador, que pidió su admisión
en la orden militar de Santiago. La familia de la madre de Rosas era López
Osornio. Menos conocida en Buenos Aires, pero pródiga en gobernadores, virreyes
y capitanes generales en las distintas épocas de la América Española.
El abuelo
materno de Rosas, don Clemente López de Osornio, terrateniente y oficial de
milicias, fue muerto a lanzazos por los indios en 1783, defendiendo su
propiedad con las armas en la mano.
El padre de
Rosas, llamado León Ortiz de Rozas (aparentemente, fue don Juan Manuel quien
decidió cambiar la "z" por una "s", aunque nadie lo afirma
con certeza) siguió la carrera de su propio padre, Domingo Ortiz de Rozas,
llegado desde Burgos en 1742. Don León fue capitán del regimiento de infantería
de Buenos Aires. Cayó prisionero de los indios y lo mantuvieron en los toldos
durante cinco meses, pero sobrevivió y terminó sus días como estanciero. Se lo
retrató como a un hombre amable.
En cambio,
toda la fiereza de los López de Osornio estaba concentrada en el carácter de
Agustina, madre del Restaurador. Heredó de su propio padre una rica estancia:
el Rincón de López. Tuvo veinte hijos, de los que sólo sobrevivieron diez. Se
la describe como despótica y altiva. Dicen que el eficiente Juan Manuel (a los
17 años) administraba bien los campos de sus padres, pero un cambio de palabras
con Doña Agustina lo impulsó a abandonar la casa paterna. Era muy joven, pues,
cuando se independizó, y trabajó de estanciero hasta los 83.
Cuando la
primera invasión inglesa (1806) Rosas tenía 13 años, y fue ayudante de
municiones junto a otros niños, a las órdenes de Santiago de Liniers, a quien
el restaurador idolatraba: "¡Liniers! Ilustre, noble, virtuoso, a quien yo
tanto he querido y he de querer por toda la eternidad, sin olvidarle
jamás". Aparentemente, Don Juan Manuel sentía más inclinación por el orden
hispánico que por la
Revolución de Mayo, que mandó ejecutar al francés. "Los
tiempos actuales no son los de quietud y tranquilidad que precedieron al 25 de
mayo. Entonces la subordinación estaba bien puesta. Había unión. Todavía no nos
abrasaba el fuego devorador de las guerras civiles". Puede entenderse a
Liniers como un "padrino espiritual" de Rosas, y por lo tanto, uno de
sus parientes más entrañables.
La esposa de
Rosas perteneció también a la clase patricia de Buenos Aires. Se llamó
Encarnación Ezcurra y Arguibel. La boda se celebró contra la voluntad feroz de Doña
Agustina, madre del novio.
La
personalidad de Encarnación Ezcurra es bastante conocida: fue una mujer de gran
inteligencia, que actuó como socia política de su marido, tejiendo y
destejiendo alianzas en Buenos Aires mientras Juan Manuel administraba campos o
combatía a los indios. Por otra parte, la antigua familia Ezcurra sigue existiendo
en nuestro país, y ha dado varios hombres de letras.
Por el lado de
su madre, Rosas era primo segundo de los hermanos Juan José, Tomás Manuel y
Nicolás Anchorena, con quien tuvo negocios rurales. Aunque sus socios más
firmes, a lo largo de los años, fueron Luis Dorrego y Juan Nepomuceno Terrero.
También familiares.
Juan Manuel y
Encarnación tuvieron dos hijos: Juan y Manuelita. Ambos lo acompañaron al
exilio en Inglaterra, pero Juan volvió pronto a la Argentina y tuvo muy
poca relación con su padre. Algo pasó, no sabemos qué ni cuando. Juan se volvió
"con su familia" (dice el historiador británico John Lynch) y sólo
quedó Manuelita junto a su padre.
Rosas no pudo
digerir el hecho de que sus parientes y socios le dieran la espalda, a la hora
de la derrota.
A
continuación, los datos que hemos podido obtener sobre Juan Bautista Pedro
Rosas.
- Hijo de Juan
Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra.
- Nació el 29
de junio de 1814, en Buenos Aires.
- Fue
bautizado el 30 de junio de 1814 en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced.
- Sus padrinos
fueron Juan Ignacio Ezcurra y Teodora Arguibel.
- El 9 de
septiembre de 1835 se casó con María Mercedes de los Dolores Eustaquia Fuente
Arguibel en la Basílica
de San Nicolás de Bari de Buenos Aires. Se casó, pues, "dentro" de la
familia.
- María
Mercedes Fuente Arguibel nació el 24 de agosto de 1815 y falleció el 23 de
febrero de 1907, en La Plata.
- Tuvieron un
solo hijo, llamado Juan Manuel León Ortiz de Rosas o Rozas, quien murió en 1913
mientras ejercía la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como dirigente del
Partido Autonomista Nacional (conservador) fundado por Adolfo Alsina. Es decir,
llegó a ocupar el mismo cargo de su ilustre abuelo, aunque sin la misma
trascendencia histórica.
- Juan
Bautista, por su parte, murió el 3 de julio de 1870 en Buenos Aires. Sobre su
hijo, don Juan Manuel León, y su descendencia posterior, no tenemos otras
noticias que las ya mencionadas.
Evidentemente,
el joven Juan Bautista Rosas sufrió el típico complejo de "hijo de famosos
o poderosos", que vale tanto para los descendientes de Bin Laden como para
los de Fred Astaire. Abrumado por el poder del padre, el hijo (sobre todo si es
varón) busca el anonimato e incluso el exilio. Tal vez este haya sido el cuadro
psicológico de Juan Bautista Rosas.
No se debe
confundir a Juan Bautista con el "otro hijo de Rosas", don Pedro
Rosas y Belgrano, que tuvo actuación política a pesar de sus dos padres
notorios, uno biológico, el otro
adoptivo[1]:
Manuel Belgrano y Juan Manuel Rosas.
Repasemos los
datos familiares: Juan Manuel de Rosas se había casado con Encarnación Ezcurra
en 1813. El casamiento se realizó a pesar de la oposición de la madre de Rosas,
quien consideraba que su hijo era muy joven (21 años) para contraer matrimonio,
pero finalmente aceptó cuando le hicieron creer que Encarnación estaba
embarazada.
En realidad,
quien estaba esperando un hijo era la hermana de Encarnación, María Josefa
Ezcurra, que era casada -aunque su marido se había vuelto a España- y el hijo
que esperaba era realmente de Manuel Belgrano. Don Manuel había sido
funcionario del Consulado en el Río de la Plata desde 1790. Belgrano fue la primera familia
patricia de origen italiano (salvo que aparezca algún descendiente del virrey
Bucarelli) así como los primeros irlandeses en el grupo de fundadores de la
patria fueron Guillermo Brown (su flota intervino en la Vuelta de Obligado) y
Domingo Cullen, negociador santafecino de Rosas en tiempos del bloqueo
anglo-francés. Al niño Pedro se lo anotó como hijo de Juan Manuel de Rosas,
para evitar los comentarios sobre su cuñada Josefa.
Por un lado,
hay documentos que lo dan como nacido el 29 de junio de 1814 en Buenos Aires y
bautizado el 30 de junio de 1814 en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced. Otros
documentos fechan el nacimiento de Pedro Rosas en un pueblo cercano a Santa Fe,
el día 30 de julio de 1813. María, la segunda hija de Rosas, nació en 1815,
pero murió a los pocos años. Y Manuelita nació el 24 de mayo de 1817.
Se ha
descripto al primogénito de Rosas, Juan Bautista, como a un joven lánguido,
amante de los placeres, los caballos y las mujeres. Todo el furor de su padre
aparecía, tal vez, a los ojos de Juan Bautista, como algo gratuito. En esto no
se diferencia de otros hijos varones de hombres terribles.
Ahora, veamos
la historia de la principal hija mujer: apenas seis meses después de llegada a
Inglaterra, Manuelita Rosas se casó con Máximo Terrero, hijo del antiguo socio
de su padre. Para Rosas fue un abandono, una traición, y acusó a Manuelita de "inaudita
crueldad", aunque parece ser que al cabo de los años la perdonó, y aceptó
a Máximo, que fue un fiel y afectuoso hijo político.
En su
obituario se describió a Rosas como un hombre que "sólo era feliz cuando
montaba a caballo y daba órdenes a sus subordinados"
Rosas tuvo
también otra mujer. Se llamó María Eugenia Castro. Era la hija del comandante
Juan Gregorio Castro, que nombró a Rosas su albacea y tutor de su hija mayor.
Cuando la niña tuvo 13 años, Rosas la llevó a su casa de Palermo como doncella
de compañía de su esposa. A la muerte de Encarnación, Eugenia pasó de criada a
amante. Tenía 15 años, contra 47 de Rosas. Tuvieron cinco hijos: Nicanora,
Ángela, Justina, Joaquín y Adrián. Otros testimonios hablan de ocho hijos,
aunque Eugenia había tenido otra hija antes de Rosas: Mercedes Costa, fruto de
sus amores con un familiar del Restaurador. Se entiende, de todos modos, que
Eugenia era la pareja de Rosas en el momento de producirse su derrocamiento, en
la batalla de Caseros. De cualquier manera, hay interesante información sobre
esto en el libro de Rafael Pineda Yáñez "Cómo Fue la Vida Amorosa de Juan Manuel de
Rosas", que yo cito de segunda mano pues sólo dispongo del texto de Lynch.
Eugenia
escribió una carta por año a Rosas entre 1852 y 1855, al parecer quejándose de
su pobreza y el abandono de sus hijos. Respondía Rosas: "Quise traerte
conmigo, según te lo propuse en dos cartas que no olvido. Si hubieras venido,
no habrías sido desgraciada. Así, cuando hoy lo sos, debes culpar solamente a
tu maldita ingratitud". Rosas escribió su última carta a Eugenia Castro en
1870, recalcando su absoluta pobreza. No podía ayudarla en nada. El Restaurador
no firmaba sus cartas como "Juan Manuel", así como no firmó
"Papá" al escribirle a su hija Ángela. Firmaba como "tu
afectísimo paisano" y, en la carta final para Eugenia, "tu afectísimo
paisano y patrón".
¿Cuál fue el
destino de aquellos hijos de Rosas, seguramente portadores del apellido Castro?
Hasta donde hemos podido averiguar, Joaquín fue peón de campo en la provincia
de Buenos Aires, y su hermano Adrián, pocero, en Lomas de Zamora.
Eugenia hizo
lo que pudo: fue lavandera, sirvienta, formó una nueva pareja, parió dos hijos
más, cuyo apellido desconocemos, y después murió. Sus siete o diez hijos
fueron, casi todos, analfabetos. Este dato no es muy seguro porque sabemos que
Rosas, desde Southampton, se escribió con su hija Ángela Castro. Al igual que
sus hermanos, esta niña fue criada en la gran casona de Rosas, en Palermo
(luego confiscada por los unitarios de Caseros[2])
sin que don Juan Manuel los reconociera formalmente, pero contando con su
protección y afecto.
Después de
Caseros, Rosas quedó muy disgustado con sus primos, los Anchorena. "¡Esos
Anchorena! Y muy especialmente el tal don Nicolás. ¡Qué hombre tan malo, tan
impío, tan hipócrita y tan bajo, tan asqueroso e inmundo!". Al parecer,
Rosas no pudo digerir el hecho de que sus parientes y socios le dieran la
espalda, a la hora de la derrota. Tal vez le pasó lo mismo que a Perón, a
Frondizi, a Raúl Alfonsín, a Domingo Cavallo y a tantos hombres de poder: no
aceptan que los negocios sigan funcionando cuando el príncipe pierde su trono.
Resulta
paradójico que el Restaurador, hijo de una dama terminante como Agustina, quien
detestaba todo lo "gringo" y calificaba cualquier cosa de mal gusto
como "una gringada", haya terminado administrando una granja en
Inglaterra: la Burgess
Street Farm, en Swaythling, a unos pocos kilómetros de
Southampton. Rosas pagaba una renta anual de 190 libras al
propietario, Mr. John Fleming, de Stoneham Park. Allí vivió Juan Manuel durante
25 años, haciendo como que estaba en las Pampas: a caballo, con lazo, poncho y
boleadoras, gritando órdenes a sus peones (que eran sólo tres. y conchabados
por el día) en un inglés fatal pero fluido. En las noches de calor, Rosas
sacaba el recado al patio y dormía sobre la tierra, al modo del campo
argentino.
Pocos amigos
tuvo Juan Manuel en esta mala hora. Uno fue Lord Palmerston, el ex premier
inglés, a quien admiraba. Se visitaron mutuamente. Otro fue su vencedor, Justo
José de Urquiza, con quien se carteó seguido. Urquiza terminó lamentando la
confiscación de todos los bienes de Rosas (honestamente ganados con el trabajo
de una vida, y esto incluía varias estancias) ofreciéndole una cierta suma de dinero.
"Tal vez anual, si esto no lo ofende". La operadora de estas
difíciles gestiones en Buenos Aires fue la señora Josefa Gómez, quien no era
rosista, pero sí leal amiga del Restaurador.
La suma que,
finalmente, envió Urquiza a Rosas, resultó de mil libras esterlinas, en 1865,
según atestigua Lynch.
Rosas pasó su
largo destierro y su vejez con rabia, desmoralizado y celoso hasta de su hija y
su yerno: "No consideran lo que he sido, lo que soy". Por momentos se
preguntaba si no estaría "verdaderamente loco".
En su
obituario del 15 de marzo de 1877, el diario The Times de Londres describió a
Rosas como un hombre que "sólo era feliz cuando montaba a caballo y daba
órdenes a sus subordinados". Seguramente, a este señor de las pampas
infinitas le debe haber quedado chica aquella granja con 18 caballos, 3 toros,
60 vacas, 20 vaquillonas y 34 chanchos. Todo muy mezquino, para la generosa
escala del campo argentino.
Aquí termino,
pues, estos apuntes sobre algunos parientes de Rosas. Hay más, mucho más,
escrito y publicado, sobre este notable personaje. Seguramente, un lector
entendido hallará errores en mi resumen y otros puntos dignos de mención.
Por ejemplo:
el viajero inglés William Mac Cann encontró a Rosas, en 1842, agradable y
accesible: "Su hermoso y rubicundo rostro, y su aspecto fornido, le dan la
apariencia de un caballero de la campiña inglesa". Y sin embargo,
obstinadamente, furioso, en su "farm", Juan Manuel sembraba zapallos
argentinos y tomaba mate amargo, mientras maldecía a los traidores de Buenos Aires.
* Algunos
libros consultados:"Rosas y su tiempo" de José María Ramos Mejía, y
"Rosas" de John Lynch.
[1]
Acotación de Pacho Nazar.
[2]
Dinamitada durante la segunda presidencia (1898-1904) de Julio Roca, el 3 de febrero de 1899, acto de barbarie
política hacia un edificio histórico con independencia de las diferencias
ideológicas entre el autor intelectual de la explosión y el ex Gobernador del Estado bonaerense, depuesto en Caseros (3 de febrero de 1852). Referencia en O’DONNELL, P.; 2008, Caudillos Federales, Grupo Editorial Norma. Acotación de Pacho Nazar.